El 17 de enero de 1856 publicaba El Correo Cartagenero un artículo donde se elogiaba esta institución destinada a favorecer la cultura, servir de lugar para compartir aficiones y punto de reunión de lo más florido de la sociedad de Cartagena. En concreto, se dedica a ensalzar la ejemplar labor de los profesores que allí ofrecían sus servicios a los socios de manera gratuita.
Esto representaba una ocasión única para darse a conocer, respaldar su honor, y a cambio podían conseguir algún alumno particular. Destaca su juventud y que eran solteros, así que deducimos que este empleo podía servir de promoción para futuras posibilidades laborales.
El artículo lo describe así:
La impertubable constancia con la que los Sres. profesores del Atenéo desempeñan sus honoríficos y gratuitos cometidos, es una de las cosas que llaman nuestra atención.
Célibes los más y en el periodo de la vida en que el corazón arrastra al hombre, es casi un fenómeno su comportamiento; pues cuando comunmente todos en su edad solo pensábamos en diversiones y asuntos peculiares á la inesperiencia, ellos uno y otro día concurren solícitos á sus cátedras, y sin que les anonade ni arredre el número escaso de discípulos y oyentes.
Laudable virtud sin duda, que tal contraste forma con la apatía é indiferentismo de los padres. Y bien ¿qué inferir de lo que palpamos? una verdad sin duda, pero triste y desconsoladora. Los profesores del Atenéo comprenden que el saber, delicia del alma, es el principio del poderio y engrandecimiento; é inpertérritos por tanto y llenos de uncion, sonríen y atraen á sus discipulos, como las buenas madres de familia alhagan y acarician al inesperto hijo, cuando le asean y visten.
¿Pero y es posible que se perpetue tan mísera antítesis? ¿será dable que á tal generosidad y desprendimiento correspondamos con tal fea ingratitud? no; no lo esperamos de los buenos cartageneros.
De lo hasta aquí narrado se pueden deducir dos cosas: la apuesta que constituye este proyecto del Ateneo a favor de la cultura para la ciudad de Cartagena, y su reciente andadura que se traduce en la todavía incipiente y escasa asistencia de los ciudadanos a estas clases. Es decir, en el artículo periodístico se está elogiando la iniciativa del Ateneo y los magníficos profesores que participan de las enseñanzas ofertadas y llamando a una mayor afluencia de público a estas, parece ser, recién inauguradas actividades formativas y culturales de interés para la ciudad. Y a continuación hace un retrato del nivel cultural de la Cartagena de mediados del XIX.
Pudo dudarse un día del buen écsito del establecimiento, pudo creerse que no fuese estable; pero en la actualidad que ya hemos visto que los recursos no escasean, y es inagotable la constancia de los que enseñan, nuestro comportamiento debe variar; no pudiendo ser otra la variación, ni debiendo ser, sino la de concurrir á las cátedras como alumnos ó como espectadores.
Y sucederá cual lo anunciamos, porque asi lo ecsigen nuestro buen nombre y utilidad comun: y decimos que por nuestro buen nombre debemos concurrir; por que es indecoroso para un pueblo comerciante el casi desconocer el idioma patrio é ignorar los mas generalizados de la culta Europa: por que es repugnante el que en una ciudad maritima, tengan noticia las mas de las horrendas tempestades del turbulento mar del cabo de Buena esperanza, ó de los intensos frios del de Hornos, de la América del Sur, y se ignore ó desconozca la latitud y longitud de la metrópoli de España.
Debemos subrayar el concepto que había de Cartagena como metrópoli española. La importancia de su puerto y su lugar estratégico dentro del territorio español, lugar donde se hablaba de lugares tan recónditos y desconocidos como esas rutas marítimas que se desconocían en otras latitudes de la nación, contrastaba con la incultura de sus gentes hasta en la propia lengua y con más razón en las extranjeras. El periodista carga sus tintas con adjetivos que no debían agradar a nuestros ciudadanos como indecoroso o repugnante. Su llamada a adquirir esa necesaria cultura para nuestro buen nombre pasa por asistir a esas lecciones que el Ateneo se esfuerza por mantener con tal plantilla admirable de profesores.
Y sigue añadiendo buenas razones para ello por el interés común, pretendiendo despertar conciencias particulares dando una rápida panorámica de las disciplinas impartidas:
También deberemos hacerlo por utilidad; porque si el dibujo lineal y natural se desconocen, y los elementos de mecánica se ignoran, en vano esperaremos adelantos en las artes; en las artes que si han de aspirar á un premio, es indispensable que se distingan; y cuando asi lo hacen la distincion las honra, honor alit artes, y fomenta como decia Ciceron, y procuraba hacer el ilustre Campomanes.
A todo, todo sin duda, nos prestaremos; puesto que el Atenéo, con mas impulso y haliento, enseñará hasta cosas de recreo, como la música; y habrirá certámenes de tiempo en tiempo, para las producciones literarias.
Ya hemos dicho lo bastante; pero asi y todo tornamos á repetir, que en lo sucesivo procuraremos todos dirigirnos al Atenéo, por que aun cuando nos pudiera ser indiferente, el que no se propagase la instruccion, ni se formasen distinguidos obreros y contramaestres, para el parque, arsenal y armada; no nos place marcharnos con el dictado de ingratos, y lo seriamos sin duda, si no correspondiésemos con nuestra asistencia al noble desprendimiento de los profesores del, cuya mision no es otra, que la de inocular y esparcir el tesoro de la ciencia, entre sus amigos y contemporáneos.
En la imagen, una vez consolidada la actividad cultural del Ateneo cartagenero, puede verse una partida simultánea de ajedrez en sus salones del piso superior. Corresponde ya al siglo XX, pues el club de ajedrez se constituyó en noviembre de 1929. Como homenaje, tomaría el nombre del famoso jugador cubano Capablanca. Sus actividades se extendieron hasta 1950. Más información de mano de Juan Ignacio Ferrández, uno de nuestros cronistas oficiales en:
http://www.laopiniondemurcia.es/cartagena/2017/03/19/club-capablanca/814800.html
Podemos concluir que las actividades que promovió el Ateneo Industrial y Mercantil fundado en Cartagena supusieron la creación del germen que daría lugar a una vida cultural sin precedentes en nuestra ciudad, caldo de cultivo de futuros artistas, que con el tiempo y con ayuda de la rica y fecunda explotación de la industria minera producirá una interesante amalgama social entre militares, comerciantes y artistas que desembocaría en la alegre y próspera sociedad de la ciudad de cambio de siglo hasta los años veinte. En este periodo, una de las empresas que tuvo su origen en este Ateneo que continua su labor cultural es nuestro Conservatorio de Música, como se puede comprobar en esta noticia de 1856 que habla de las recién creadas clases de música. La incorporación de Francisco Aguilar Gómez debió de producirse hacia 1915, cuando esta sección de música se incorpora como Academia Oficial de Música al Conservatorio de Valencia, con el mismo Francisco Aguilar como joven profesor de piano y Maestre de San Juan como profesor de canto. Véase en otro artículo de este blog.