El empresario que llevaba el Teatro Circo consiguió traer al insigne
pianista polaco Arthur Rubinstein, que actuó en Cartagena por primera
vez los días 6 y 7 de marzo de 1917. La segunda
noche el concierto tuvo el siguiente programa: Sonata Appassionatta
de Beethoven, Málaga y El Albaicín de la Suite Iberia de Albéniz,
Estudio, Vals y Scherzo de Chopin, dos Preludios de
Rachmaninoff, L'île joyeuse de Debussy, Nocturno y Vals Mephisto de
Liszt. Ahora, veamos una entrevista que publicó El Imparcial de Madrid:
Entrevista Hablando con Rubinstein: El arte de ser pianista
Rubinstein tiene de cerca, un rostro infantil, con esa misteriosa
blancura translúcida de las razas del Norte, en el que brillan vivamente
los ojos pequeños y dorados bajo las cejas pálidas.
Sonríe cuando le digo mi propósito de entrevistarle, y me dice en español correcto:
- Más tarde, si usted quiere…en una hora más tranquila, ahora estoy nervioso, realmente enfermo…
- Entonces, ¿al segundo intermedio?
- Al segundo intermedio.
-------
Cuando vuelvo a verle, pasada la mayor parte del maravilloso
concierto, en que las páginas de Chopin han llevado la emoción por la
sala al desgranar sus sollozantes melodías como en un vuelo
tembloroso, Rubinstein habla en polaco con un grupo de compatriotas;
en francés con Arbós; en alemán con Manrique de Lara, y en español con
Vives, mientras prepara un vaso de café puro y espeso.
Cuando el saloncito se despeja, Rubinstein se prepara a contestar mis preguntas:
Mi vida es muy agitada – me dice – muy variada… Desde los tres o
cuatro años que comencé a estudiar música bajo la dirección de Joachim,
en Berlín, hasta ahora que tengo veintiocho me han
ocurrido cosas muy interesantes.
- ¿Empezó usted entonces muy pronto su vida de concertista?
- Oh, no… No me dejaba mi maestro… Di mi primer concierto en Berlín a los once años; pero como
solista, con acompañamiento de orquesta.
- ¿Solo fue usted discípulo de Joachim?
- No… Max Bruch fue mi maestro de composición, y durante un año en Alemania me dio lección un
español, un mallorquín…
- ¿Cómo se llamaba?
- El pianista escribe sobre una cuartilla: Capllonch.
- Su consejo me sirvió de mucho – añade – fue para mí una gran ayuda; hasta los quince años estuve
en Alemania, siempre con el intenso deseo de volver a mi Polonia, cuyo recuerdo me llamaba de un modo…
- ¿Es usted polaco?
-
De Varsovia – me dice un poco entristecido. Allí, en los Cárpatos, en
la Galitria – y con una
sonrisa – ahora ha vulgarizado la guerra esos nombres polacos;
trabajé solo, solo, durante mucho tiempo, hasta que Astruc, el célebre
director de los Campos Elíseos, que llevó a Francia los
bailes rusos y la óperas modernas <<Electra>>,
<<Salomé>> - me contrató por cinco años y con este contrato
fui a América y luego a Rusia, donde obtuve los mayores éxitos;
a Londres, a Viena, a Roma, a Budapest… en fin por toda Europa.
Podía contarle mil cosas interesantes… pero no hay tiempo… cosas de la
revolución en Rusia, que me sorprendió allí… cosas de la
guerra…
- Eso es fácil; escríbalas – le digo – sería interesantísimo.
El pianista lanza una carcajada y palmotea infantilmente.
- ¡Que yo escriba!... En todo un año no hubo manera de hacerme escribir más que dos cartas, y esto
obligándome revolver en mano.
- Entonces… - le digo señalándole la cuartilla donde ha escrito el nombre de su maestro español, y
que desde esa confesión guardaré como un objeto precioso.
- ¡Ah, sí! De vez en cuando escribo palabras sueltas para que no se me olvide.
Vives se le acerca y le dice confidencialmente:
- Tendrá usted que contestar a una carta que le va a enviar una abonada…
- Una carta, ¿cómo?
- Está enamorada de usted.
Rubinstein abre mucho los ojos y pregunta:
- ¿Guapa? Entonces – me dice – diga usted mañana que soy rubio y tengo el pelo muy rizado.
- ¿Para hacer propaganda?
-
Oh, me gustan mucho las mujeres de España… esto dígalo también… Vamos a
nuestra conversación…
después de esta <<tournée>> de cinco años, diversas
causas me retuvieron en Polonia, entre ellas el morir mi cuñado en la
guerra rusojaponesa. Después empecé otra vez mi carrera por
Europa. En Londres me quedé a vivir y allí he tocado muchas veces
con Casals, Thibaud e Ysaye, que son grandes amigos mios… mis mejores
amigos. La guerra europea me sorprendió en Londres, y
entonces me trasladé a París para alistarme, pero no me quisieron.
- ¿No?
- No, no quisieron nada conmigo, por lo que me volví a Londres, donde me dediqué a dar conciertos
benéficos.
- ¿Y a España?
- Fue Arbós quien me hizo venir a San Sebastián para tocar un concierto de Brahms, en sustitución de
Dumesnil. Hasta el día siguiente de ese concierto – lo digo con gran orgullo – nadie sabía quién era yo aquí.
- Pues ahora…
- ¡Oh! Ahora estoy muy satisfecho, muy satisfecho. España me ha revelado aquel espíritu de poesía
profunda que a mí me había sido tan sugestivo, tan cautivante, a través de la música de Albéniz.
- ¿Le gusta a usted?
- Me encanta; creo que es un compositor enorme, desde luego el más grande que ustedes tienen. Yo
toco íntegra la <<Suite Iberia>>, que es un portento y más, muchas más obras de su música de piano.
- Tiene usted un repertorio muy vasto.
- Mucho. Yo tengo una forma de retentiva muy grande; por esto me cuesta muy poco trabajo aprender
nuevas obras. Solo con verlas se me quedan en la memoria, como si tuviera delante las partituras…
- A eso se llega por medio de una gimnasia tenaz…
- ¡Ah! no, es herencia. A mi padre le ocurre lo mismo.
- ¿Qué método de estudio sigue usted?
-
Ninguno. Estudio sin método, no tengo hora fija ni estudio todos los
días… ¡Ah! Ni mucho menos,
cuando una obra me entusiasma le dedico todo el día, toda la noche,
la trabajo horas y horas… No, no, la técnica no es el todo, como creen…
Es un medio, solo un medio limitado de llegar a un
resultado artístico; es un detalle. Yo lo fio todo al entusiasmo, a
la inspiración momentánea…
- Entonces usted en sus viajes no emplea los pianos sordos que utilizaban Saüer y otros, o cualquier
otro medio de mecanismo constante…
- Mecanismo constante… no; ¿para qué?
En este instante suena el timbre en los pasillos avisando el
comienzo el comienzo de la última parte, y Rubinstein me pregunta.
- ¿Sabe usted todo lo que quería?
- Sí, o, por lo menos, lo bastante.
- Entonces…
- ¿No resguarda usted sus manos del peligro?
- Sí, sí, - me dice riendo – si me amenaza un golpe, antes pongo la cabeza que las manos.
Matilde Muñoz, de El Imparcial
En El Porvenir del 8 de marzo de 1917 se da cuenta de cómo transcurrieron los recitales de Rubinstein: irreprochable ejecución, impecable mecanismo y soberano arte
son los aspectos que
se destacan según los valores que se tenían en cuenta en la época.
Además, nos informa de las propinas que ofreció, la Berceuse de Chopin y
una Marcha Militar de Schubert. La anécdota fue que el
piano era cedido para la ocasión, un Pleyel propiedad de don Ignacio
Aznar, que desde ese momento se consideró una reliquia al haber sido
utilizado por las manos del maestro.
En esta foto, aspecto del joven Arthur Rubinstein cuando tocó en 1917.

Estimado Sergio. ¿Dónde podría hallar noticas de recitales de Rubinstein en Cartagena entre 1940 y 1950? Gracias.
ResponderEliminarEstimado lector, las fuentes que existen son: la prensa local, donde no he encontrado noticias sobre el paso del pianista por la ciudad en la posguerra y dictadura. http://archivo.cartagena.es/pandora/index.html Y la tesis del profesor Juan Lanzón, La Música en Murcia a partir de la Guerra Civil española (1939-1975), que tengo a mano y he consultado, no hallando evidencias de que Rubinstein volviera a la región después de las ocasiones que expongo en este artículo en el primer cuarto del siglo XX. Ignoro si este pianista recaló en las fechas que usted investiga en alguna ciudad de las vecinas región valenciana o en Andalucía. Encantado de poder ayudarle. Gracias.
ResponderEliminarEstupendo. Muchas gracias.
ResponderEliminar